domingo, 14 de septiembre de 2014

DERECHOS HUMANOS EN EL PENSAMIENTO DE LA IGLESIA- Publicación

MENSAJES
 DERECHOS HUMANOS
EN EL PENSAMIENTO DE LA IGLESIA

JOSÉ MILLER MORA SALAZAR,
Magister en EducacciónMunicipio de Ibagué

Cada día se pone en evidencia que el ser humano se defiende de. sí mismo, anhelando y construyendo sobre sus carencias. La libertad produjo sus mejores páginas cuando el hombre tomó conciencia de la esclavitud; la independencia se hizo tema al percibir el peso del yugo; los valores transitan el pensamiento y sus expresiones, cuando se han perdido; la honradez emerge cuando reina la inmoralidad...

Hoy, en Colombia, la gente ilustrada o no, siente necesidad de hablar -y habla- de los Derechos Humanos. Realidad que por siempre la Iglesia ha anunciado, denunciado y defendido como conciencia del mundo y alma que plantea desde el testimonio absoluto de «Aquel» que indicó con claridad ser «el camino, la verdad y la vida» (Jn. 14,6).
Si alguien se interroga por los derechos humanos en el pensamiento de la Iglesia, va a tener que aceptar que el eje central es el Evangelio. Allí hay páginas sorprendentes como el Sermón de la Montaña; imperativos como la erradicación urgente del egoísmo, del odio y de la violencia; la urgencia del amor desde el cual se puede construir el auténtico sentido de la justicia, la opción preferente por el pobre, la igualdad fundamental que elimina cualquier tipo de discriminación, el llamamiento a la solidaridad con todos aquellos que son víctimas de una riqueza que les ahoga y les niega la posibilidad de ser o de ser más; allí está presente ese maravilloso cambio de óptica que distingue al cristianismo del que no quiere serlo, porque mientras éstos «son tolerantes con los vicios y tiranos con las personas, el cristianismo condena los vicios y mantiene incólume el respeto a las personas».

Sería largo enunciar -y además basta insinuarlos para que vuelvan a la memoria de todos ustedes-los elementos que, sobre la dignidad y los derechos de la persona humana, están contenidos en las cartas de los Apóstoles y en el testimonio de los primeros padres de la Iglesia que, sin ambages y en el lenguaje por demás directo como el de su Maestro, llamaron las realidades de su época por su nombre y dedujeron verdades que, aunque hoy quisieran muchos no tenerlas por dichas, hacen parte entrañable del esfuerzo que la Iglesia ha hecho de mantenerse siempre al servicio de la persona.

Los derechos de la persona van, de hecho, más allá de los derechos del ciudadano que es tan sólo una de sus tantas facetas y formas de expresión, realidad que desde hace más de un siglo, de acción eclesial se ha difundido. León XIII en 1.891 expresaba el afán de explicar los derechos humanos siempre en formas nuevas; respondiendo a la realidad presente en América Latina con las Conferencias Generales del Episcopado de Medellín (1.968), Puebla (1.979) y Santo Domingo (1.992) se presentan análisis que nos llevarán a concluir que en un mundo en crisis y desasosiego «solamente el que conoce a Dios, está en capacidad de hacer del respeto a los derechos humanos, no sólo una norma de vida sino una fundamentación de las razones sólidas de la convivencia».

El documento de Santo Domingo presenta al respecto los desafíos y líneas pastorales: «La conciencia de los derechos humanos ha progresado notablemente desde Puebla, junto con acciones significativas de la Iglesia en este campo. Pero al mismo tiempo ha crecido el problema de la violación de algunos derechos y se han incrementado las condiciones sociales y políticas adversas. Se ha oscurecido la concepción de los mismos derechos por interpretaciones ideologizadas y manipulación de grupos, mientras aparece una mayor necesidad de mecanismos jurídicos y de participación ciudadana.

Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades. La intolerancia política y la indiferencia frente a la situación del empobrecimiento generalizado, muestran un desprecio a la vida humana concreta que no podemos callar.

Merecen una denuncia especial las violencias contra los derechos de los niños, la mujer y los grupos más pobres de la sociedad: campesinos, indígenas y afroamericanos. También hay que denunciar el negocio del narcotráfico y promover, de modo más eficaz y valiente, los derechos humanos desde el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia, con la palabra, la acción y la colaboración... Comprometerse en la defensa de la vida desde el primer momento de la concepción hasta su último aliento»
(Publicado Revista 65-General Santander- Policía- 1994)


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